miércoles, 22 de octubre de 2008

No quise


No quise mirar atrás y no era a causa de la penumbra. Habría podido adivinar su semblante pero decidí caminar sin volver a pronunciar una palabra. Había sido una tarde más de desencuentros con Laura, una tarde de palabras lanzadas sin destinatario, adormecida como tantas otras. Me acompañó a la puerta el compás cadencioso de la Tristezza de Chopin, pocas veces tan certera.

Hacía tiempo que nos separaba el abismo de la incomunicación. Laura estaba apagada, como sin fuerzas, a esa era al menos la sensación que me llegaba tras nuestras poco improvisadas conversaciones. Lanzábamos monólogos que comenzaban y terminaban en un yo, como si habláramos delante de un espejo, como si lo hiciéramos para nosotros solos. La sensación al terminar no podía ser más frustrante, con esa sensación de impotencia y de pérdida de oportunidad que queda tras el desamparo.

La conocí hace algunos años. Los comienzos fueron intensos como tantos, los paseos largos, las emociones despiertas. Recuerdo aún cuando me ofreció ingenuamente su mano, como un regalo, en uno de los juegos que no guarda mi memoria, dejando que la tomara ligeramente como si fuera a romperse. Aquella tarde paseamos así en el estanque, como dos niños sorprendidos por una tarde de primavera.

No tardé en enamorarme de Laura. Cada día esperaba la llegada de la tarde como un adolescente, esperaba nuestro encuentro en el parque, nuestras primeras sonrisas, el leve beso que deslizaba en su mejilla y su mano entre las mías. Me contaba cómo le había ido el día y yo le contaba el mío; nos reíamos de las anécdotas que a estas alturas parecen tan estúpidas pero que entonces formaban parte del juego, y al caer las primeras luces la llevaba a casa, siempre con una sonrisa en sus labios.

Aparecieron los primeros miedos y tras ellos los primeros reproches. Alguna tarde ella no llegó al parque y me sorprendí buscándola desesperadamente, necesitando verla para sentirme vivo, para no dejar de hacerlo. Acababa dándome una excusa que toleraba con dificultad al principio pero no más tarde. No había excusas para dejar de acudir a nuestra cita.

Poco tiempo después sentí las miradas cruzadas de sus amigos y comencé a darme cuenta que algo no iba bien. El final no podía hacerse esperar y con él el desconsuelo, nuestros monólogos, nuestros desencuentros.

Siempre supe que no sería fácil continuar aquella relación con una niña de ocho años.
Escrito por Tirso De Abres.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

gonito nombre...laura...es que las lauras somos fatales...aunque yo ya cumplí los 10 :)

Anónimo dijo...

ufisssssss no hay más letritas acá???

Andrés Ortiz Tafur dijo...

Las habrá, amiga. O esa es la intención... Estos días ando descolgándome de una costumbre, de la más profunda y fuerte; adaptándome a recuperar recuerdos para volverme a hacer tras cada nuevo segundo... Pero prometo volver a viajar, volver a romper docenas de promesas, volver...

Beso de los grandes.